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Relato erótico - Placer a domicilio

Cuando me gradué de la universidad, lo primero que pensé fue “Voy dedicarme a la psicología el resto de mi vida, voy a ayudar a las personas”. 4 años después y un par de crisis nerviosas de mi parte, me orillaron a renunciar la mañana de 28 de abril, dos semanas más tarde seguía en el sofá de mi casa, comiendo aun calientes las papas fritas y mirando la televisión con aburrimiento, sin ganas de hacer nada más que estar deprimida.
Mi amiga y vecina de la infancia Rosa, fue la que me motivó a acompañarla a un cursillo de masajes al que se había apuntado para darle un poco más de “calor” a su matrimonio de 12 años. La primera clase no quise participar en lo que consideraba un verdadera tontería, sin embargo el instructor, un tío bronceado con sonrisa Colgate, me hizo subirme a la camilla y convertirme en el sujeto de prueba.


Sus manos fuertes y calientes comenzaron untadas en aceite para masaje sin olor me tuvieron casi gritando de placer toda la clase, sorprendentemente aquello me excitó tanto que volví a casa descolocada, dispuesta a sacarle las telarañas a mi buen amigo vibrador. A mi mente venían los recuerdos de las sensaciones tan increíbles que la justa presión de sus manos dejaba a lo largo de mi cuerpo tenso y entumecido. Su masaje fue mágico para mí, por eso la semana siguiente, fui yo la que pasó buscando a Rosa puntualmente.


El sexy profesor al verme llegar nuevamente , me regaló una caliente sonrisa que me dejó temblando de pies a cabeza, ese día no fui el sujeto de pruebas, sin embargo antes de irme se acercó a mí y me invitó a recibir un masaje privado y especial, mi respuesta inmediata fue afirmativa y algunos segundos después estaba despachando a mi amiga quien me miraba con orgullo.


Me dio una bata blanca, un par de chanclas y me pidió que me desvistiera y volviera a la habitación, mi corazón latía sin control, pero obedecí sin dudarlo, lo siguiente fue acostarme boca abajo sobre la camilla blanca. Una música comenzó a sonar de pronto suavemente en la habitación, el ambiente se tornó caliente y aquellas manos me sacaron la bata, dejándome desnuda sobre la camilla.
Me unto aceite y delineo mi cuerpo entero liberándolo de todos sus malestares por no sé cuánto tiempo, estuve excitada, pero relajada durante toda la sesión y él, respetuoso de mi timidez, no intentó nada más. Volví a casa dos horas más tarde, tan ligera como una pluma y mientras encendía mi vibrador pensé en la excelente terapia que suponía un par de horas de masajes.


Descubrí que algunas personas consideran terapéutico hablar con alguien, otras prefieren beber un copa y pensar para liberarse de todo el estrés y luego están las personas que como yo, que prefieren acudir a un masajista sexy, caliente y profesional que te untará un poco de aceite en el cuerpo, te soltará los nudos, el estrés y te dejará totalmente caliente. Luego de ese día, volví a mi antiguo lugar de trabajo y hablé con mi jefe, tuve la llave de mi oficina inmediatamente y cuando abrí la puerta de mi lugar de trabajo, pensé “Voy a dedicarme a la psicología y ayudar a las personas… Pero los domingos visitaré a un buen masajista”

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