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Preservativos con sabor a fresa

Relato erótico sobre una pareja que prueba los preservativos con sabor a fresa y se lo pasan en grande.

En la empresa en la que trabajaba, existía la tradición de jugar todos los años al amigo invisible durante la fiesta de Navidad, que tenía lugar antes de irnos de vacaciones. Siempre me he considerado una chica con muy pocas habilidades sociales, por lo tanto no hacía buenas migas con mis compañeros de trabajo. Cada año, compraba la misma tableta de chocolates, la envolvía cuidadosamente para que pareciera otra cosa y lo entregaba a quien fuera mi amigo invisible. Pero un año, el amigo invisible fue muy placentero.

Había un chico nuevo en la oficina, unos 5 años menor que yo. Alto, de torso ancho y piernas fuertes. Verlo caminar por la oficina era un verdadero gusto. Me gustaba sobretodo su rostro, porque sus facciones eran dulces pero su expresión dejaba ver un poco de maldad, la suficiente como para hacer cosas obscenas sin ningún remordimiento. Como he dicho, tengo muy pocas habilidades sociales, así que se me hacía un poco difícil acercarme a él. Habíamos intercambiado un par de miradas coquetas en la oficina y algunas palabras cordiales, pero nada más. Quería dar el siguiente paso, aunque más que salir con él, deseaba tenerlo dentro.

Pero no sabía cómo decírselo. Por suerte, cuando entregaron los papelitos del amigo invisible, me tocó regalarle a él. Pensé en mil cosas atrevidas que podía regalarle, pero ninguna me parecía correcta. No nos conocíamos lo suficiente como para regalarle un masturbador o algo por el estilo. Luego de sopesarlo un rato, tuve una magnífica idea. Alguna vez había visto una caja de preservativos Durex de sabores, cuyo slogan era saboréame. Nada le diría: “Quiero que me comas el coño y que me folles hasta hacerme gritar” como una caja de preservativos que dicen saboréame.

El día de la fiesta de Navidad, tenía mi regalo listo. Envuelto como si fuera un juguete para niños, solo para despistar. Cuando nos tocó regalar a nuestro amigo invisible, procuré ser la última en entregar mi presente. Al ver a todos ocupados en los regalos que habían recibido, me acerqué tímidamente al chico y le entregué su regalo. Él me miró con una sonrisa, parecía agradecido de que le tocara yo, porque el resto de los regalos eran calcetines y chocolates. Él se iba a encontrar con algo distinto.

Con un ligero movimiento desgarró una parte del envoltorio. Como por cosa del destino, se pudo apreciar claramente el saboréame impreso en la caja. Nos miramos a los ojos, sellando un pacto. En medio del bullicio, sin que nadie se diera cuenta, nos escabullimos a uno de los baños. Ahí nos encerramos. Él me recostó contra la puerta, ahí me besó y me quitó los pantalones junto con las bragas. Se bajó sus pantalones y se colocó uno de los preservativos, específicamente el de fresa. Entró en mí sin ningún problema, por lo abierta y húmeda que ya me encontraba. Besándome y tocándome me penetró con deseo y fervor. Juraría que lo sentí a punto de correrse, pero entonces, repentinamente, salió de mí y posicionó su cabeza entre mis piernas, probando mi coño con sabor a fresa. Me retorcí entre sus labios y su lengua hasta correrme. Cuando me sintió llegar, volvió a entrar en mí. Me besó, dándome a probar de mi propio sabor y me penetró hasta correrse. Nos volvimos a besar y luego nos arreglamos para salir. Él se guardó los preservativos restantes en un bolsillo y me convidó a salir primero. Afuera, todo parecía igual, nadie notó nuestra ausencia. Unos minutos después salió él del baño. Nos dimos una mirada cómplice y al poco tiempo nos fuimos de la fiesta, como si nada hubiera pasado, pero impregnados aun del sabor a fresa.

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